Todo aquel que se acerque a visitar la ciudad de Toledo, a parte del patrimonio monumental que atesora la ciudad y de la belleza en sí que luce el casco antiguo de la ciudad, no podrá decir que ha visitado Toledo si no ha escuchado, al menos, alguna de sus cientos de leyendas que esconden las calles y monumentos. Muchas son famosas, o pertenecen a literatos mundialmente reconocidos que pasearon en algún momento por esta ciudad, quedando hechizados por sus secretos y misterios. Otras leyendas, no tanto, pero igual de importantes e interesantes de conocer.Y es que las leyendas también nos ayudan a comprender la historia de un lugar, sus tradiciones…, y más en una ciudad crisol de las tres culturas, como es Toledo. Aunque todas las leyendas acaban siendo fabuladas, engrandecidas haciendo que tengan ese toque de irrealidad, en su trasfondo encierran historias reales que bien pudo vivir la propia ciudad.Haremos un repaso, para aquel viajero que se adentra unos días a conocer esta maravillosa ciudad, de sus diez leyendas más importantes. Diez leyendas que no puedes dejar de conocer. Diez leyendas que no puedes irte sin, al menos, haber pasado por esos lugares donde están ubicadas y haberlas leído o escuchado en alguna ruta de leyendas toledanas bajo el tenue farol de una calle empedrada, bajo los cobertizos de la ciudad, o bajo la cruz de la fachada de un convento con el silencio que en ese lugar se respira como testigo. Empezamos en uno de los edificios más emblemáticos de Toledo y de su skyline: la Catedral de Toledo. Este inmenso monumento está cargado de historias y de leyendas. La leyenda nos narra la historia de María Antúnez, mujer que el escritor describe como caprichosa y que siempre deseaba llevar las mejores prendas y joyas para llamar la atención entre los vecinos de la ciudad de Toledo. Cuentan que su enamorado, Don Pedro Alfonso de Orellana, se la encontró llorando una tarde. Ella le confesó que, habiendo estado en el templo, donde se celebraba la festividad de la Virgen, se había enamorado, más que de la belleza que la imagen desprendía, de la ajorca que la Virgen lucía en su brazo. Ante esto, y para complacer a su enamorada, Don Pedro no tuvo más remedio que ceder a la petición de su enamorada, de que entrara en la catedral a robar tan preciada joya y se la regalara. Cuenta Bécquer que, cuando aprovechando el silencio y la oscuridad que le regalaba la ciudad, se adentró entre los muros del edificio.Caminando por las inmensas naves, temeroso de las sombras que proyectaban los pocos cirios encendidos y que parecían seguirle, al fin llegó ante la imagen de la Virgen del Sagrario. Valiéndose de fuerza y valentía, pero al mismo tiempo temeroso por lo que iba a hacer, logró colocarse a su altura y, estirando el brazo, logró arrebatarla tan ansiado brazalete.El problema vino después. Cuando se giró para salir corriendo de la catedral con su objetivo cumplido, todas las estatuas, con sus ropajes, se habían bajado de sus peanas y lo rodeaban, junto con los esqueletos procedentes de la cripta. Todos querían evitar tan malvada fechoría.A la mañana siguiente, cuando abrieron el templo, se encontraron a Don Pedro, tirado en el suelo, completamente enloquecido y gritando: ¡suya es!, al mismo tiempo que alzaba con la mano el brazalete de oro.
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