El duro Sol de verano cae a plomo sobre las calles de Toledo. Don Pedro Moraleda empuja el portón del Mesón del Sevillano huyendo de los traicioneros rayos que asolan el empedrado toledano. Se sienta, pide un refrigerio y escucha las conversaciones cercanas, como otras tantas veces.
De inmediato percibe que la parroquia se encuentra inquieta, no porque el vino esté aguado, como es habitual. Un grupo y otro no cesan de comentar la extraña situación de doña Luz… Algunos afirmaban que sus ojos tenían un color especial por obra del Maligno; otros pensaban que era debido al agua de cierta fuente maldita de la que había bebido; otros tantos achacaban el extraño brillo de sus ojos a brujerías, y alguno pensaba que Doña Luz era buena cristina y nada de lo comentado era posible. Puede ser que doña Luz sea el propio Lucifer -añadió una mujer ya de cierta edad, santiguándose después de hablar.
Pues os puedo asegurar que yo la encontré ayer al salir de misa ya había en sus ojos un brillo tan extraño, que al pasar a su lado tuve que santiguarme del miedo que me produjo, y además dejaba un perfume muy extraño, comentó también cierto mozo. ¡Supersticiones todas! -exclamó un joven que había escuchado todo. Son unos ojos bellos, y nada más… A la gente os gusta mucho hablar.
Publicidad Escuchado todo esto, y ya con el reconfortante calor del vino en el estómago, Don Pedro decide participar en la conversación, en tono jocoso pues poco creía en estas supersticiones: Pues no será por falta de nariz.
Todos rieron la ocurrencia mientras despedían a Don Pedro que abandonaba la estancia…
Camino de su casa, en el callejón de Córdova, Don Pedro sigue inquieto por todo lo acontecido en el Mesón del Sevillano, e intrigado por los ojos de la dama. Al llegar, un criado le entrega una carta que había llegado a su nombre poco antes, en la que vio escrito con fina letra el nombre de doña Luz. Un escalofrío recorrió su cuerpo, y abriendo la carta pudo leer:
Si sois tan valiente como curioso, y tan decidido como arrogante, os espero al sonar las once frente a la puerta que mira al río de la iglesia de San Sebastián; si venís os descifraré el misterio de mis ojos". Aquella misiva lo inquietó sobremanera. ¿Cómo había dado con él doña Luz? ¿Cómo conocía su curiosidad? Quedaban pocas horas para la cita, y decidió acudir en busca de un buen amigo y no ir solo a la cita, pues pensaba que alguien del Mesón le estaba jugando una pesada broma.
A los pocos minutos recorrían en silencio las calles y plazas que conducían a la iglesia de San Sebastián. Al llegar a la Plaza de Santa Isabel, oscura ya como el luto, cerca del palacio del Rey Don Pedro, pudieron observar brevemente algo extraño y sobrenatural que brilló en la penumbra de la plaza: un destello rojizo que se tradujo en un escalofrío fugaz en los dos hombres. Fue una luz inquietante y misteriosa, pero tan breve que apenas pudieron precisar dónde la vieron exactamente.
Siguieron su camino y se aproximaban a la Iglesia cuando la campana de la catedral dio las once. Muy poco después don Pedro y su amigo se encontraban en la puerta de la iglesia, frente a los ojos de doña Luz.
Un día claro y de nuevo caluroso amanece en Toledo. A las pocas horas todo Toledo conoce la noticia: doña Luz, se había vuelto completamente loca; un joven hombre había sido encontrado sin vida en la puerta de la Iglesia de San Sebastián, con el rostro completamente desencajado, como si hubiese visto al mismísimo Lucifer.
¿Y don Pedro Moraleda y Téllez de Burguillos?, se había quedado ciego, y como si de un demente se tratara, no cesaba de repetir
Luz, luz ¡mis ojos!, apagadla…
En el Mesón del Sevillano todo sigue como ayer. Los corrillos comentan lo sucedido anoche, con no poco temor. Hoy llaman a doña Luz “la de los ojos de sangre”, y la consideran una bruja.
Otros decían que había hechizado a don Pedro, al que había dejado ciego para que jamás viera el color verdadero de sus ojos. Para otros, todo era tan sencillo como que doña Luz estaba poseída por el demonio, y el poder de Satanás había causado la tragedia de la noche anterior, en la oscuridad calurosa de las Carreras de San Sebastián, mirando al otro lado del Tajo, donde las sombras se multiplican en la negrura nocturna.
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