En tiempos antiguos, la justicia era más decisiva que en la actualidad… ya fuese basándose en nociones reales o en cosas que hoy consideraríamos mitológicas Una de las historias más aterradoras sobre tortura aplicada a personas condenadas por brujería ocurrió a toda una familia, que una noche cualquiera fue arrastrada de su hogar y llevada a prisión por realizar supuestos tratos con el diablo. He aquí la tragedia de los Pappenheimer, una familia de escasos recursos originaria de Suabia, una región histórica, cultural y lingüística en el suroeste de Alemania.
La familia fue acusada por un ladrón, quien no dejó fuera de sus denuncias a ninguno de sus miembros: el padre Paulus, la madre Anna, los hijos Jacob a veces llamado Michel y Gumpprecht, y el hijo más joven de 10 años de edad Hoel a veces llamado Hansel. Les fue imputado el cargo de haber hecho trato con el diablo y de ofrecer como sacrificios a mujeres embarazadas, extraerles los fetos y elaborar con ellos velas.
Por orden del duque Maximiliano I (Elector de Baviera), fueron trasladados a Múnich, y expuestos a una tortura tan feroz que confesaron acerca de todo lo que se les preguntó. Por ello se adjudicaron crímenes y casos sin resolver en la región al expediente de la familia. Se decía que si confesaban, los dejaban descansar entre tortura y tortura.
Uno de los métodos más sádicos que usaron para torturarlos fue un instrumento llamado el desgarrador de senos: un artilugio de tortura con forma de tenaza acabado en cuatro afiladas puntas, utilizado ya durante el Imperio romano y posteriormente por la Inquisición en Europa. Ana Pappenheimer después de ser torturada con el dichoso aparato tuvo que sufrir el despellejamiento y rasgamiento de sus carnes; le seccionaron sus pechos y, una vez ensangrentados, fueron dados a comer de manera forzosa a sus hijos, que ya eran mayores.
El hijo menor, Hoel, tuvo que presenciar la muerte de sus padres y hermanos, varios meses después de lo cual sería condenado a la hoguera.
Según una crónica de la época, redactada por el historiador José Hormayr, barón de Hortenburg, cuenta que:En Múnich a 29 de julio de 1600, seis personas fueron ejecutadas en la forma siguiente: El vagabundo y mendigo Pablo Gamperl fue empalado, a su esposa se le amputaron los senos, y tanto ella y dos de sus hijos tuvieron esos pechos untados en sus bocas. Además, otros dos hombres fueron ejecutados. Sus brazos estaban rotos en la rueda, y más tarde fueron quemados vivos.Habían confesado ser devotos del diablo, y con su ayuda, en particular, mediante un ungüento mágico diabólico, haber contribuido a la muerte de al menos 400 niños y más de 50 personas de edad. Paul Gamperl fue condenado por ser directamente responsable de 44 asesinatos; en total, los seis fueron condenados por 74 asesinatos. Además, habían sido acusados de numerosos actos de robo, hurto y robos nocturnos, donde habían saqueado casas matando a sus habitantes. También tenían, de acuerdo con los cargos, acusaciones de incendiar aldeas y mercados, con el fin de salirse con la mercancía en la confusión siguiente. Además, se habían conjurado con el mal tiempo, asesinado vacas en el campo, robado iglesias y vendido las hostias a los judíos.La ley que permitió su ejecución fue abolida más de 200 años después: para 1813 en Baviera estaba prohibido condenar alguien por brujería o prácticas místicas, pues se llegó a la conclusión después de analizar varios casos que las personas que eran culpables eran los marginados de la sociedad, eran aquellas personas que no podían defenderse y carecían de los bienes materiales para contratar gente que los ayudara. Entre los favoritos que se encontraban para ser sometidos a estos métodos inquisidores estaban las mujeres solteras, los ancianos, enfermos y los indigentes.Y, claro, la desafortunada familia Pappenheimer.
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