29 jun 2018

El acecho



No podía dormir, el viento arremetía con tanta violencia contra las ventanas y puertas, que parecía que se iban a caer. Cerré mis ojos y mantuve la luz encendida, como siempre lo hacía. Lograba conciliar el sueño, tal vez 15 o 20 minutos máximo, y luego volvía a despertar. Mientras miraba el techo, ensimismado en pensamientos de tiempos pasados, los cuales obviamente fueron mejores, deseando que nada de esto hubiera pasado, desenado que mi vida fuera como antes del accidente.
A mi mente llegaban imágenes, imágenes violentas, que se estrellaban en mi pensamiento como aquel coche, del cual se desprendieron mis lamentos. Recuerdo bien aquella noche. Estaba ebrio, había terminado con mi novia de toda la vida, mi corazón se convirtió en añicos, como el parabrisas de los autos al colisionar; necesitaba ahogar mis penas, y que mejor oportunidad que hacerlo con licor. Copa tras copa, fueron pasando de mi mano a la boca, llenas hasta el tope, con el licor más barato del bar. Así comienza siempre, trazas un punto negro en la pared, después comienzas a beber y beber. Cuando ese punto inicia un desplazamiento en la pared y no puedes evitar que se mueva, sabes que debes parar. Generalmente funciona, pero una vez embriagado ya no hay punto que valga y quieres seguir bebiendo. Ya no quieres parar. Quieres dejar que el alcohol se lleve tus penas, como aquel vendaval que arrasa un pueblo, sin dejar rastro. El único efecto adverso es que cuando la resaca pase, las penas volverán.
Bebí hasta que el bar cerró. Salí tambaleante y contrario a lo que las personas racionales harían, yo maneje mi coche. Que gran irresponsabilidad, aunque debo decir en mi defensa, que no era responsable de mis actos, el alcohol estaba haciendo el trabajo de pensar por mí. A mi trayecto del bar a mi casa, adicione otro condimento que acercaba mi vida al desastre, la velocidad. Ahora recapitulemos, alcohol más velocidad, más tristeza y más deseo de borrar mi vida del planeta, daba como resultado una catástrofe, que acabaría mi vida para siempre.
n la carretera, y sin previo aviso, una mujer salió corriendo de entre los matorrales, mis reflejos permitieron que alcance a presionar el freno con vehemencia, desafortunadamente el piso mojado y la velocidad a la que iba hizo derrapar el auto, y no pude evitar golpear a la mujer. Detrás de ella, salió un hombre, al cual también arrolle. El mejor remedio para apaciguar la borrachera, era llevarse un gran susto, aunque no es aconsejable hacerlo.
Con el auto quieto, atravesando la calle, y yo jadeante entendiendo que había pasado. Mire por el retrovisor y un hombre, agonizaba tirado en el suelo. Busque a la mujer por todos lados, no había rastro de ella. Me baje del auto y fui a ver el hombre, aun respiraba, busque a la mujer y yacía inmóvil, debajo de las llantas traseras. Me paralice, una sensación de miedo me recorrió, estaba muerta, yo la había asesinado. El miedo me hizo moverme como un rayo, subí al carro, acelere y me fui a toda velocidad del lugar. En mi casa lave el auto y quise eliminar aquella noche, de mi recuerdo.
Fue imposible, al otro día los diarios, inundaron la ciudad con el macabro accidente. Carro fantasma arroya presunto violador, y a su inocente víctima. Al parecer la mujer forcejeo contra él y logró escapar, salió corriendo por la carretera en busca de ayuda y un automóvil, que al parecer iba a toda velocidad, la atropelló. También el auto arroyó al violador. La mujer murió en la escena del crimen y el hombre lucha contra la vida y la muerte en una clínica de la ciudad.
Aquel violador sufrió una terrible muerte, cuando comenzaba a despertar. Alguien lo ahorcó con la manguera de oxígeno. Y todos sus huesos estaban fracturados. Un acontecimiento extraño, que tan solo advertía mi futuro. El día que murió el violador, esa misma noche, ella me atacó. Todo comenzó, con un viento fuerte, que silbaba con gran fuerza, por entre las rendijas. Las puertas vibraban y mi casa estaba tan fría como una nevera. Yo ya estaba dormido y me costó un tiempo entender que lo que sucedía no era una pesadilla. Las luces se encendían y se apagaban, sonaban como si estuvieran haciendo un corto circuito. Me senté en la cama sobresaltado. Y fue cuando la vi, era la misma mujer que atropelle, aunque estaba más pálida y se arrastraba sobre el piso, como una serpiente, emitía un lamento e iba de un lugar a otro, junto con ella, rodeándome, disfrutando mi temor. Al compás que ella se movía, las luces titilaban y cada vez que quedaba a oscuras y regresaba la luz, ella aparecía cada vez más cerca de mí. Me oculte bajo las cobijas, temblando de miedo y rogando que todo tan solo sea una pesadilla. Al parecer mis ruegos funcionaron y todo volvió a la normalidad.
Desafortunadamente eso fue una inocente calma, y tan solo fue el comienzo de mi infierno. Las siguientes noches, la escena se repetía. Pero cada vez ella tenía más fuerza. Al principio hacía temblar cosas y jugaba con la luz. Pero después ella podía tocarme, sus manos frías sobre mí, helaron todo mi cuerpo. A cada contacto de ella con mi piel grandes cardenales adornaban mis manos y piernas. Sin embargo a medida que pasaban los días, ella me presionaba con mayor fuerza y mi cuerpo al otro día estaba severamente lastimado y adolorido. Con el paso de las semanas, mordiscos, arañazos y golpes hacían parte de su repertorio.
Ya no puedo más con este infierno, esa mujer me acosa en las noches, no puedo dormir, y tampoco tengo una solución. Mi desesperación está en un nivel alto, esa mujer buscaba una venganza por lo que le hice, pero ella no me asesinó, ella tan solo llevo mi alma al límite, para que sea yo mismo quien me arrebate la vida. Lo logró he amarrado una soga en la viga del baño, probé unas 100 veces si era capaz de resistir mi peso, con bultos de arena equiparados a mi peso. Ahora cuando terminó de escribir esto, también tirare el banco al piso y quedare colgando del techo. No sé cuánto tarda mi cabeza en dejar de ser oxigenada y muera, pero sinceramente espero que sea pronto para al fin acabar con este infierno.

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