José Ulloa, El Tragabuches, forma parte del grupo de grandes bandoleros de la sierra de Ronda (Málaga) que, integrado en la partida de 'Los siete niños de Écija', pone el contrapunto negativo de la leyenda del bondadoso bandolero romántico.
No todos los valentones que empuñaron un trabuco o una navaja estaban dispuestos a usarlos para ‘cazar’ al invasor. Los bandoleros aprovecharon la falta de autoridad para actuar y la confusión con los guerrilleros para ganar impunidad. Los contrabandistas tampoco desperdiciaron la oportunidad de la escasez para trapichear. Como José Ulloa, ‘El Tragabuches'. Puro folclore.
‘El Tragabuches’ era un torero que entre corrida y corrida vivía del comercio negro junto con su mujer, ‘bailaora’, hasta que ella le puso los cuernos con un monaguillo. Su vida, nada ejemplar, sufrió un giro dramático: mató a los amantes en el acto y siguió manchando sus manos de sangre durante el resto de su vida.
Con la independencia y el final de las guerrillas, pasó a formar parte de una partida, 'Los siete niños de Écija'. Claro que, sin enemigo invasor al que atacar, las víctimas eran los desprevenidos en los caminos. 'Los siete niños de Écija' era una cuadrilla de guerrilleros inadaptados a la vida civil que actuaba en el sur de Andalucía. Afectados de un síndrome posbélico surgieron como ellos bandas de nostálgicos que continuaron con los saqueos y los asaltos, esta vez, contra sus compatriotas. Después de la autoridad, el respeto y el honor que habían logrado con la guerrilla, no querían volver a ser nadie en un pueblo perdido. ‘El Tragabuches’ nunca llegó a liderar la banda, pero sí tuvo el dudoso honor de convertirse en el más sanguinario de todos.
Tres años después del final de la guerra, todos los miembros de la banda fueron capturados y, como era costumbre con los bandoleros presos, condenados a muerte y despedazados para repartir sus trozos por los caminos donde habían actuado. Todos menos 'El Tragabuches', al que nunca cogieron y del que se perdió la pista.
No todos los valentones que empuñaron un trabuco o una navaja estaban dispuestos a usarlos para ‘cazar’ al invasor. Los bandoleros aprovecharon la falta de autoridad para actuar y la confusión con los guerrilleros para ganar impunidad. Los contrabandistas tampoco desperdiciaron la oportunidad de la escasez para trapichear. Como José Ulloa, ‘El Tragabuches'. Puro folclore.
‘El Tragabuches’ era un torero que entre corrida y corrida vivía del comercio negro junto con su mujer, ‘bailaora’, hasta que ella le puso los cuernos con un monaguillo. Su vida, nada ejemplar, sufrió un giro dramático: mató a los amantes en el acto y siguió manchando sus manos de sangre durante el resto de su vida.
Con la independencia y el final de las guerrillas, pasó a formar parte de una partida, 'Los siete niños de Écija'. Claro que, sin enemigo invasor al que atacar, las víctimas eran los desprevenidos en los caminos. 'Los siete niños de Écija' era una cuadrilla de guerrilleros inadaptados a la vida civil que actuaba en el sur de Andalucía. Afectados de un síndrome posbélico surgieron como ellos bandas de nostálgicos que continuaron con los saqueos y los asaltos, esta vez, contra sus compatriotas. Después de la autoridad, el respeto y el honor que habían logrado con la guerrilla, no querían volver a ser nadie en un pueblo perdido. ‘El Tragabuches’ nunca llegó a liderar la banda, pero sí tuvo el dudoso honor de convertirse en el más sanguinario de todos.
Tres años después del final de la guerra, todos los miembros de la banda fueron capturados y, como era costumbre con los bandoleros presos, condenados a muerte y despedazados para repartir sus trozos por los caminos donde habían actuado. Todos menos 'El Tragabuches', al que nunca cogieron y del que se perdió la pista.
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