El mundo del espionaje siempre ha atraído de un modo especial, quizás por la visión que de los espías nos han vendido en tantas y tantas películas. Sobre todo, James Bond, el agente 007, es el que nos ha hecho ver ese complicado mundillo de un modo mucho más frívolo del que realmente es. Pero también porque la historia de Mata Hari le dio un rumbo mucho más romántico a la vida de todos aquellos que se dedicaron a espiar.
Porque espías han habido siempre, en cualquier época y lugar. El mismo Gengis Kan dijo un día: “un buen espía vale tanto como 10.000 soldados”. Y sin embargo, un nombre ha sobresalido por encima de todos, el de Mata Hari, y no precisamente porque se tratara de una buena espía todo lo contrario, sino más bien por su vida alegre y desenfadada, por su glamour, por la vida que le tocó vivir y disfrutar hasta el último minuto.
Margarita Zelle, su nombre real, nació en Holanda en el año 1876, pero muy pronto quedó huérfana. A los 18 años se casó, gracias a un anuncio de periódico, con Campbell McLeod, un capitán de 39 años, y poco después se marchó a vivir a Indonesia, por aquella época colonia holandesa, donde tuvo dos hijos. Fue el inicio de su carrera como bailarina, porque nada más llegar se vio fascinada por el mundo oriental, y pronto se convirtió en una experta en las danzas del lugar.
Tenía tiempo y una vida triste en lo familiar, pues el capitán McLeod era un borracho que la tenía olvidada y además hubo de sufrir la muerte de uno de sus hijos. Con el valor y el arrojo que la caracterizaba, en el año 1902 volvió a Europa, pero se cambió el nombre por el de Mata Hari, que en javanés significaba “ojo del alba”, y allí se dedicó a los bailes exóticos provocativos, pues raro era el espectáculo en el que no acababa desnuda sobre el escenario.
Su fama se extendió por toda Europa, y durante más de 10 años se convirtió en una de las cortesanas más conocidas, pues no tenía problemas para irse a la cama con quien quería, pues pretendientes no le faltaba para ello. De ese modo, conseguía enterarse de muchos secretos de Estado y confidencias personales. Sin embargo, el comienzo de la Primera Guerra Mundial la pilló en Berlín. Y en su cabeza se empezó a formar cierta idea. Tenía tantos secretos de alcoba y tal facilidad para llegar hasta los dormitorios de los altos cargos de todo el mundo que decidió ofrecerle sus servicios a Kramer, jefe del espionaje alemán.
En 1915, los alemanes enviaron a Mata Hari a Madrid para que realizara tareas de espionaje aprovechándose de sus encantos. Aquellos mismos encantos que la llevaron a compartir cama con lo más granado de la alta sociedad madrileña, como Álvaro de Figueroa, conde de Romanones y por ese entonces presidente del gobierno español; con Enrique Gómez Carrillo, escritor y marido de la cantante Raquel Meller o con Eduardo Dato, entre otros. Sin embargo, sus actuaciones, y su falta de profesionalidad, hicieron que pronto los aliados empezaran a sospechar de ella.
En 1916, Mata Hari volvió a París, pero fue apresada, y acorralada, se ofreció para actuar como agente doble para Francia. Sin embargo, de nuevo su torpeza la traicionó, pues pensó que con esa simple promesa se libraría de la persecución. Ella siguió espiando únicamente para Alemania cuando volvió a Madrid, esta vez bajo el pseudónimo H-21.
De nuevo sus mensajes fueron interceptados, y una vez que volvió a Francia fue arrestada por Ledoux el 13 de febrero de 1917. El 15 de octubre de aquel mismo año de 1917, Mata Hari fue fusilada en Vincennes, pero su glamour llegó a tal punto que justo antes de recibir los tiros, y tras haberse negado a que le taparan los ojos, lanzó un beso provocativo a los soldados que la fusilaban.
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