5 jun 2018

El peral de la tia Miseria

La siguiente leyenda la podemos encontrar en varias versiones repartida por un gran número de pueblecitos españoles. Se trata de la leyenda del peral encantado, más conocida como la leyenda del peral de la tía Miseria y uno de los lugares en los que toma mayor fuerza y difusión es en Altea, municipio de Alicante.
Cuenta la leyenda que hace mucho, mucho tiempo, vivía en el pueblo una mujer anciana, andrajosa y sucia a la que se conocía como tía Miseria. Esta pobre mujer subsistía únicamente con las limosnas que los habitantes del municipio le daban y con los frutos de su peral, el único árbol que moraba en su pequeña huerta al lado de su cueva.
La mayoría de las veces podía alimentarse gracias al dinero que recogía por las calles del lugar, no obstante, muchas otras ese dinero era insuficiente, así que tenía que coger los frutos de su preciado árbol. Sólo había un problema, aunque la anciana no se metía con nadie e intentaba pasar desapercibida, lo cierto es que eran muchos los gamberros que llegaban hasta su cueva para importunarla y robar sus peras. Algo que en ocasiones dejaba a la pobre mujer sin ningún tipo de alimento durante días.
Una noche en la que una gran tormenta se había instalado en Altea, la vieja recibió una visita muy especial. Un vagabundo andrajoso que quiso refugiarse con ella en su cueva pidiéndole un plato de comida. La pobre anciana, que en ese momento estaba haciendo un caldo con algo que había conseguido en el pueblo, accedió gustosamente a hospedar al vagabundo.
Tras una amena noche envuelta en una grata charla ambos quedaron dormidos. Al día siguiente, el vagabundo confesó a la tía Miseria que era en realidad San Antonio, y que debido a su buena acción le concedería aquello que ella más quisiera. La mujer, sorprendida, le dijo que no ansiaba más de lo que tenía. No obstante, ante la insistencia del santo accedió a realizar su petición. La vieja quería que todo aquel que intentara robar sus peras quedara pegado al árbol hasta que ella le dejara bajar, a modo de escarmiento evidentemente y para disuadir a los ladrones.
Así fue como a partir de ese momento, cada vez que llegaba un niño al árbol e intentaba robar un fruto se quedaba pegado. Tía Miseria no dejaba que se bajara hasta que no llegaban sus padres, pagaban el género sustraído y le propinaban una buena paliza al gamberro.
Así transcurrieron unos cuantos años, en los que tía Miseria no pasó nunca más hambre. Hasta que un buen día llegó la muerte a por ella. La vieja, muy astuta, le pidió a la muerte que subiera al árbol para recoger unas cuantas peras que poder llevar con ella. La muerte, tomando este como último deseo accedió. No obstante, al subir al peral quedó pegado a este.
Tía Miseria no dejó que bajara, así que pasaron años y años en los que ni ella ni ningún ciudadano murió. Ni epidemias ni guerras lograban acabar con la población, algo que a los más ancianos de Altea comenzó a molestar. Cansados de una vida larga decidieron armarse e ir a derribar el peral. No obstante, estos quedaron también pegados a modo de fruto.
Con un montón de peras humanas el árbol se balanceaba de un lado a otro, pero no caía. Todos comenzaron a implorar a la anciana que los dejara bajar. La mujer, muy astuta nuevamente, dijo que sólo bajaría a los allí presentes con una condición, que la muerte no fuera a buscarla hasta que ella la llamara por tres veces. La muerte accedió y fue así como la Miseria siguió anidando en este mundo, escondida en una cueva junto a su peral eterno.
                                                                    Peral   

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