2 jun 2018

La Leyenda de Garxot y Miquelot








   


Hacia el año 1100 de la era cristiana, había en el pueblo de Orreaga, en el reino de Navarra, un famoso  trovador, cuya voz e imaginación eran admiradas en varios valles.

Gartxot tenía un hijo al que había llamado Mikelot, y que prometía convertirse en un cantante tan bueno como su padre. Cuando aún era un niño, Mikelot ya cantaba con brío lo que le había enseñado Gartxot.

Pero en aquella época, la región de Gartxot y Mikelot estaba gobernada por unos monjes franceses de Sainte Foi de Conques, que poseían la abadía
de Orreaga y las tierras de los alrededores. Un desgraciado día, el
joven Mikelot estaba cantando cerca de Orreaga, y como de costumbre,
había elegido contar la gran victoria de los Vascos sobre los Francos.
El abad francés que dirigía el monasterio se le acercó, atraído por una
voz tan pura. Pero al escuchar aquel relato en el que el Emperador
Carlomagno había sido vencido por un pueblo de pastores, le invadió una
ira espantosa. Atrapó brutalmente al niño y le preguntó dónde había
ocurrido tan funesto acontecimiento. Mikelot no tuvo más que levantar
la mano para indicarle la sucesión de puertos atravesaban el Pirineo
por encima de ellos. Dominado por la furia, el abad decidió que la
lengua de los Navarros, el vasco, sería proscrita en sus dominios, y
que aquel lugar llevaría desde aquel momento un nombre francés. Eligió
llamarlo Roncevaux Roncesvalles. También se apoderó del pobre
Mikelot, y lo encerró en la abadía.

Cuando Gartxot se enteró de la noticia, acudió rápidamente para reclamar a su hijo. Pero el abad no quería deshacerse de un niño que cantaba tan
bien. Propuso a Gartxot que dejara a su hijo en la abadía, donde los
monjes se ocuparían de su educación. En contrapartida, le prometió
regalarle la cumbre de Elkorreta, una casa grande, y un rebaño de
ovejas. Era una verdadera fortuna, pero el abad ponía una condición
suplementaria: nunca más podría Gartxot pisar el suelo de Orreaga, ni
acercarse a él. Después de muchas dudas, Gartxot acabó por aceptar el
mercado, seguramente empujado por la codicia, más que por la idea de
ofrecer a su hijo un cómodo porvenir.

Los monjes enseñaron al niño el latín y la lengua romana antepasada del francés que utilizaban entre ellos. De la boca del hijo del poeta
desaparecieron los versos cantados en la lengua más antigua que se
pueda conocer. Las estrofas que antaño alababan el valor de los Vascos
se tiñeron de desprecio, y ponderaron el mérito y la grandeza del
Emperador Carlomagno y el heroísmo del caballero Roldán. Los montañeros y guerreros vascos fueron desterrados de la historia de la batalla de Roncesvalles, y sustituidos por miles de Sarracenos crueles.

Por su lado, Gartxot seguía encerrado en su cómoda casa de Elkorreta. Pero la soledad pronto le hizo comprender que los bienes materiales no son nada. Carcomido por los remordimientos, sufría horriblemente por la
ausencia de su hijo.

Cuando se enteró de lo que los monjes estaban haciendo con Mikelot, no pudo resistirlo más y decidió romper su juramento. Juró, al contrario, que
su hijo nunca más volvería a cantar las alabanzas del enemigo francés.
Arriesgando la vida, bajó al valle, se acercó secretamente al
monasterio, y consiguió liberar a Mikelot. Pero los sargentos fueron
alertados y emprendieron una loca persecución a través del bosque.
Agotados, Gartxot y Mikelot fueron cercados por los soldados franceses.
Sabiendo que sería ejecutado, llorando de desesperación, Gartxot renovó
su juramento. Después de su muerte, su hijo no sería un instrumento de
la propaganda francesa. Gritando él mismo de dolor, puso sus manos
alrededor del cuello frágil de Mikelot, y apretó hasta estrangular a su
hijo ante los ojos incrédulos de los sargentos.

Gartxot fue cargado de cadenas, y llevado ante la justicia de los Franceses. Lo condenaron a estar encerrado de por vida en el alto de Elkorreta, en
una torre que se construyó para la ocasión.
Gartxot sobrevivió durante meses, pues los campesinos de la zona le traían regularmente víveres. Un perro que había sido el amigo de Mikelot a veces le traía algo de caza y le hacía compañía.
Pero el invierno fue duro aquel año, y la nieve impidió a los campesinos salvar las cuestas de Elkorreta para aportar su asistencia.
Mientras tanto, el abad de Roncesvalles fue trasladado, y se nombró a otro en su lugar.
El nuevo jefe de la congregación decidió revisar el juicio
contra el poeta. Le pareció que la sanción había sido demasiado dura, y
que el prisionero había pagado lo suficiente por su culpa. El deseo de
tener buenas relaciones con sus vecinos autóctonos era una buena razón
para ello.

Hoy todavía, cuando en los meses de octubre y de noviembre sopla el viento del norte, cuando las palomas deciden abandonar el país,
se puede oír un gemido tétrico que se parece extrañamente al de un hombre. Los montañeros navarros dicen que es el alma de Gartxot, que llora y pide perdón a su hijo.

Esta leyenda navarra fue inmortalizada por Arturo Campeón, en sus
Narraciones vascas, publicada en 1935 El bardo de Itzalzu.


                                       



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