Este lugar mitológico de Madrid se encontraba entre las calles Duque de Liria y Mártires de Alcalá y servía como vivienda arrendada a criado y personal del Rey en el siglo XVIII. Un grupo de inquilinos apostaban fuertes sumas de dinero cada noche. Como es habitual, este hecho les llevó a una acalorada discusión que se interrumpió cuando apareció en escena un ser barbudo de reducido tamaño pidiendo silencio. Una vez superado el shock la discusión siguió su curso, esta vez interrumpida para siempre por siete enanos con garrotes que les propinaron una severa paliza. Los inquilinos huyeron sin regresar siquiera por sus pertenencias. Más tarde, la casa fue comprada por la duquesa de Hormazas. Poco después de su mudanza se comenzó a mosquear por la desaparición de objetos personales que literalmente se volatilizaban sin dejar rastro. Mientras reprendía al servicio vio como de nuevo en el momento álgido aparecían cinco seres diminutos con las pertenencias robadas en la mano.
La marquesa abandonó en ese mismo instante el lugar y lo dejó abandonado hasta que pudo enjaretarlo a un cura de nombre Melchor de Avellaneda. También se encontró con los duendes burlones, que le vacilaban quitándole los hábitos. Obviamente, dejó el lugar a una lavandera sin recursos que servía a una poderosa marquesa. Tras varios incidentes con los duendes y una investigación en serio sobre el terreno, la turba trató de quemar el lugar maldito tras comprobar la supuesta veracidad de los hechos. Tras décadas de abandono, cuando se produjo su demolición, los obreros explicaron que en el sótano se habían encontrado una puerta que daba a una sala donde se encontraban varios seres diminutos y ya decrépitos creando monedas. Algo que corrobora la parte de la leyenda que decía que estos duendes imprimían su propio dinero que distribuían de noche. Lo insólito es que todos los habitantes y visitantes de la vieja casa tuvieron encuentros con esos duendes que habitaron este lugar perdido en el tiempo.
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