En la N-110 con dirección a Ávila y a 23 km. de Segovia, se encuentra Gujasalbas, un caserío perteneciente al ayuntamiento de Valdeprados y situado a 6 km. al oeste de dicha población. Hoy es un lugar despoblado, pero cuando uno llega allí se siente transportado a otros tiempos y otra vida; y es que este lugar evoca un pasado de campos y ganado, de pastos y pastores, de señores y pecheros...
Un lugar donde parece haberse parado el tiempo y donde se puede sentir aún el latido de las gentes que habitaron sus casas, rezaron en su iglesia y trabajaron sus campos. Siglo a siglo y censo a censo, se ha mantenido la constante ocupación agrícola y ganadera de sus habitantes, en un entorno de singular belleza donde tiene su espacio la encina y por donde discurre el cauce del río Moros, sobre el que permanece el puente, impasible al pulso del tiempo. Un río que entre Valdeprados y Guijasalbas forma un espectacular cañón de paredes verticales conocido como “La Risca”, donde anidan numerosas aves rapaces.
Ya en el s.XI, con la organización del territorio segoviano en comunidades de Villa y Tierra, Guijasalbas queda encuadrado dentro de la Tierra de Segovia, perteneciendo al Sexmo de San Martín y dentro de él a la cuadrilla de Otero. Es mencionado por primera vez con el nombre de Eclessiae Albae en 1247, en un documento de reparto de rentas de la catedral, entre el obispo y el cabildo. La cercanía de estos territorios a la ciudad de Segovia y la fertilidad de su tierra hacen que se conviertan en una posesión apetecible para las altas clases que en el s.XV se disputaban el poder en Segovia.
En 1450 Enrique IV firma una concesión de tierras y derechos a favor de Diego Arias Dávila en un intento de señorialización del territorio, el primero de dominio fiscal que se hace en la Tierra de Segovia. Así, en el documento de creación de mayorazgo que realizan dicho Diego Arias Dávila, señor de Puñonrostro, y su esposa en 1462, aparece con el nombre de Iglesias Alvas. En la Carta de Trato y Conveniencia con los lugares de su propiedad, a éste le corresponde el pago “de medio pechero en diez y seis monedas, en ciento veintiocho maravedíes y si fuese más o menos a su respecto en moneda forera; por las alcabalas cincuenta maravedíes”. A finales del s. XV, Juan Arias Dávila, cuarto señor de Puñonrostro, es elevado a la categoría de Conde, ejerciendo medidas de presión fiscal sobre los vecinos, arrendatarios tanto de sus casas como de las tierras que trabajan; de hecho en 1642 se hace referencia sobre testimonio de arriendos y posesiones en el lugar, apareciendo el Conde de Puñonrostro como arrendador del término (que aparece desde 1591 como Grijas Albas), casas y pastos a los vecinos por quinientas cincuenta fanegas por mitad trigo y cebada cada año; además tiene arrendado un molino con morada por noventa fanegas, mitad de trigo y cebada. En el s. XVIII, y según el catastro de Ensenada, había un pajar, un corral para herrar ganado, diferentes casas, divididas por su localización entre el barrio de arriba y el de abajo, un monte chaparral, un molino con dos ruedas, eras, prados y tierras, todo propiedad del Conde.
A finales de ese siglo y según el censo de Floridablanca, Guijas Albas era lugar con alcalde pedáneo, y jurisdiccionalmente un realengo. Tenía ochenta y dos habitantes; y el desglose por oficios era un cura, quince labradores, doce criados y uno de fuero militar. El diccionario geográfico de Madoz (1850) es la última base de datos importante, y en él aparece ya como Guijasalbas, con ayuntamiento propio, donde se cultivan 1.500 obradas y hay 40 prados de secano, produciendo cereales, algarrobas y garbanzos; cría abundante caza y el río es rico en pesca; hay una fábrica de teja y ladrillo y un molino harinero con dos piedras. Su población es de seis vecinos, veintinueve almas.
A partir de 1857, en que se incorpora al municipio de Valdeprados, al cual sigue anejado en la actualidad como barrio, ya no aparecen datos censales ni de otro tipo documentados sobre Guijasalbas. Sin embargo sabemos, que el último Conde de Puñonrostro vendió el caserío y su término a un íntimo amigo también artillero, Francisco de la Piñeda y Díaz, de quien lo hereda su hija Blanca de la Piñeda Bayón. Ésta se casa con Alfonso Velarde Arriete (Conde de Velarde), y finalmente lo hereda de una tía un hijo de éstos, Alfonso Velarde de la Piñeda, actual Conde de Velarde. Éste último, en vida, ha donado Guijasalbas a sus cinco hijos, los actuales propietarios.
El actual conde, ante la situación en que se encontraba la Iglesia de San Martín que está dentro del caserío, quiso arreglarla, pero no obtuvo el permiso del Obispado, que hace poco tiempo vendió sus tejas, acelerando aún más su actual estado ruinoso. También desde hace seis años, la parte norte del término es propiedad de otro particular, donde mantiene un coto de caza además de dependencias familiares.
Muy poco sabemos de la vida en el caserío durante todo ese tiempo, tan sólo a través del recuerdo de personas que lo vivieron como Félix Otero, vecino de Valdeprados y secretario durante muchos años de su ayuntamiento. Nos cuenta que los vecinos de Guijasalbas seguían siendo arrendatarios, pero eso sí, acomodados y que vivían desahogadamente, prueba de ello es que tenían incluso varios criados. Recuerda las visitas al molino con su padre, cómo iban allí “a la función”, y que a la casona solariega donde la familia Velarde pasaba temporadas, la llamaban “El Hotel del Señorito”, y tantos y tantos recuerdos... Hacia 1954 la situación del caserío cambia, cuando se prescinde del servicio de los arrendatarios y éstos abandonan el lugar. Desde entonces, tan sólo han vivido allí los pastores y trabajadores que la familia Velarde tenía a su servicio, despoblándose finalmente hace unos diez años; hasta hoy, en que Manolo, que fue durante un tiempo el único habitante, ya no vive allí aunque sigue cuidando las vacas que pastan por el caserío, habituales testigos de tanta soledad. La casona, seria y sola, las casas vacías, la iglesia en ruinas, el molino casi derruido, y el pequeño cementerio como último rincón de una vida acabada... Pero a pesar de todo, Guijasalbas sigue encerrando un pequeño trozo de nuestra historia.