13 jun 2016

Cementerio




  
 En este cementerio no hay tristeza,
 ni soledad tampoco, ni alegría,
 ni los muertos están, ya sólo barro,
 ni se acercan los vivos de visita.
 Sólo hay serenidad imperturbable,
 como una niebla fina
 flotando sobre lápidas y estatuas,
 que tantas cosas en silencio gritan.
 Las fechas no hablan ya, ¿qué han de decirnos?,
 nació, murió, los años y los días
 ni definen al muerto cuando muerto,
 ni perfilan su imagen cuando en vida.
 Los nombres guardan un recuerdo en piedra
 que casi siempre se perdió en la brisa.
 Sobre la tierra, el mármol o el granito,
 la división de clases, jerarquías,
 más para beneficio de los vivos,
 los muertos ya igualados en cenizas,
 incapaces de ver la diferencia
 entre rosas lozanas y marchitas.
 Trepa la hiedra por los muros pardos
 de la vieja capilla,
 reliquia del pasado,
 que se ha quedado en el ayer dormida.
 La hiedra, vivo abrazo donde todo
 lo que una vez vivió, ya está sin vida.
 Siempre el ciprés, adusto centinela,
 mas sin saber por qué o a quién vigila.
 El cementerio es hoy ese sosiego
 que sigue al abandono, a la partida,
 cuando el dolor ya se ha desvanecido
 y se vuelve de nuevo a la rutina.





















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