Se les vio llorar sólo una vez desconsoladamente, lo mismo que
chiquillas que temen ser decapitadas por el Hombre del saco,
acaso de noche. De lejos nos traerían pájaros exóticos, jarrones
con un levísimo mar encerrado, nombres sin rímel de mujer y
terroríficas brújulas. Él recuerda ahora el color de sus cabellos
y la mugre de sus manos, la piedad de sus palabras al decirles
adiós y alguna que otra breve extrañeza. Advertíamos cerca de
sus cuerpos las botellas de orujo, pero también la renuncia, esa
fiel abubilla que anida en la memoria de los ahogados y los
tristes, y fingimos retenerlos allí sin rubor. No fue posible. Hoy,
tal como se cuenta, descansan muy lejos de mí.
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