En 1914 la ciudad se convirtió en una potencia turística en aquel momento en que el turismo comenzaba a ser una realidad, sobre todo impulsado por eventos como el III centenario de la muerte del Greco celebrado ese mismo año. Por otro lado las visitas de la familia real a Toledo acompañada de mandatarios extranjeros eran numerosas, y se dice que fue el propio Alfonso XIII quien en 1912 tras una visita con la realeza británica decidió que la estación debía adecuarse a la altura que Toledo merecía.
Se encargó el proyecto a la Compañía de los ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante (MZA) y uno de sus mejores arquitectos llamado Narciso Clavería, Marqués de Manila.
Se trata de un soberbio edificio historicista de estilo neomudéjar en el que se trabajó de manera prácticamente artesanal en todos sus detalles constructivos, desde la exquisita colocación de los ladrillos decorativos hasta los complementos de forja -obra del genial rejero artesanal Julio Pascual- y de cerámica -encomendados a otro grande: Ángel Pedraza-. La obra fue supervisada y dirigida por el arquitecto francés E. Hourdille.
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